La inmortalidad, según Borges
En mi vida existen algunos libros a los que siempre vuelvo sin pensarlo. Ya sea por casualidad, porque andan dando vueltas por mi alrededor, o por un extraño impulso que no logro descifrar. Borges oral, del gran poeta universal, Jorge Luis Borges, quien, a pesar de quedar ciego a los 55 años continuó dando cátedra oral y comprándose libros, es uno de ellos. Se trata de una compilación de 5 clases dictadas por el maestro en la universidad de Belgrano, en el año 1979. Una de ellas lleva por nombre: La inmortalidad.
Gran razón tenía el bate cuando reflexionaba: "todo libro que vale la pena ser releído ha sido escrito por el Espíritu (...)” y que si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde cuando fue escrito hasta nosotros “porque leer y releer un libro es también una forma de ser felices”. Puedo dar crédito de eso.
La inmortalidad, a la que se refiere Borges, quien con su cátedra se suma a los grandes maestros orales de la humanidad, se logra en la memoria que dejan nuestros actos en los demás y así lo expresaba: "Cada uno de nosotros colabora, de un modo u otro, en este mundo. Cada uno de nosotros quiere que este mundo sea mejor, y si el mundo realmente mejora, eterna esperanza; si la patria se salva (¿por qué no habrá de salvarse la patria?) nosotros seremos inmortales en esa salvación, no importa que se sepan nuestros nombres o no. Eso es mínimo. Lo importante es la inmortalidad (...)”.
Podemos ser para siempre sin inmortalidad personal, sin que esta sea privilegio de algunos pocos, sino más bien de todos los que vayamos obrando colectivamente y así, transformando el mundo, sin nombres ni apellidos, sin títulos ni reconocimientos. Muchas veces sin saberlo, otras con voluntad y esperanzas férreas. Trascender cobra así otro sentido, más allá del individualismo y el éxito personal tan de moda en los últimos tiempos.
“Creo en la inmortalidad: no en la inmortalidad personal, pero sí en la cósmica. Seguiremos siendo inmortales; más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes, toda esa maravillosa parte de la historia universal, aunque no lo sepamos y es mejor que no lo sepamos" sentenció Borges ante un auditorio de jóvenes universitarios y docentes disfrutando del inigualable placer de escuchar.
Así vemos que la inmortalidad personal no es importante para Borges pero si la otra inmortalidad. Aquella que vivimos cada uno de nosotros de algún modo. La que vivieron otros hombres y mujeres que se fueron antes; todos los que nos antecedieron, conocidos o no, y lo que heredamos de ellos: el lenguaje y la cultura, creaciones colectivas del ser humano, y por qué no, también sus sueños.
Para llegar a lo
que hoy somos, muchos héroes anónimos, sin saberlo, han tenido que remar contra
corriente y dar la posta a otros protagonistas incógnitos. Así nuestro destino
personal se convierte en un camino más humano que nos invita a continuar la
obra antes iniciada, la obra colectiva, la obra hacia un mundo posible para
todas y todos.
Un lado oscuro de
Borges cometió graves errores, para mí imperdonables, como el haber aceptado
ser condecorado por Pinochet. No obstante, su otro lado, el del Borges que
seduce con sus textos y su oralidad, con su singular simbología y cosmovisión del
tiempo y el espacio, el destino y la realidad, hacen que inevitablemente me
reconcilie con su grandeza literaria y su inmortalidad. Cada quién es libre de
juzgar su obra, pero para hacerlo hay que transitar por ella.
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