Dolores Veintimilla, conocida como la Safo ecuatoriana, nació en 1829 y murió en 1857, a los 27 años, perteneciente a una  familia aristocrática. Fue  testigo del fusilamiento de   Tiburcio Lucero, un indígena  acusado de asesinar  a su padre, que no tuvo derecho a  juicio. Su sensibilidad  creativa y social la llevó a escribir  el poema Necrología en el que pedía que se aboliera la pena de muerte en el Ecuador lo cual le significó un gran vacío social,  por lo que cayó en una depresión y terminó en el suicidio. Para ella que encarna a todas las Dolores incomprendidas en su época.


 Mi nombre es Dolores

Yo soy  Dolores Veintimilla 
no pertenezco al mundo de los vivos.
hace mucho que partí.

Fue el  año 1857 cuando a mis oídos llegó  la noticia
y el rumbo mi vida cambió:
Al indio Tiburcio Lucero llevarían a la horca
asesino es de su padre, decían
de él se sabía que era bueno y tranquilo
y de nada le sirvió.  

No hubo justicia ni compasión
ni un día esperaron  sus verdugos.
Había apuro para pasarle el fiero nudo
de la horca

Sin  juicio ni abogado defensor
todos contra Tiburcio Lucero.
Grité a toda  voz y con ella
la  furia de mis hermanos  indios.

Y esta fue mi defensa:
¿castigan  el delito
o al indio por ser indio?
No hablen en nombre de Dios
un tribunal por favor
es quien debe juzgarlo.

Si  Tiburcio  Lucero  muere
sus manos no se abrirán
para entregar mariposas a sus hijos
ni surcaran la tierra hasta ponerse el sol.

Resiste Tiburcio Lucero.   
nadie  puede  doblegar
tu temple de indio guerrero.

No  debes pedir perdón.
ni al  hombre que hoy te mata ni al  Dios
que te abandona.
¿O acaso ese Dios quiere esta muerte para un hijo?

El castigo del hombre que hoy ríe tu muerte
odia  tu   color   de cobre,
tus manos de barro , de lluvia fresca,
tu sagrado olor  a coca   

Resiste Tiburcio Lucero.
tus hermanos indios al verte rendido en el centro de la plaza
rompen  su silencio en mi voz
sangrante y rebelde, como tus antepasados

¡Ay!  Tiburcio Lucero el verdugo  pudo más
la horca pudo más
la crueldad pudo más.

Has muerto  flagelado
y tu cuerpo cuelga de una viga.
Si hubieses sido blanco, de un juicio hubieses gozado.

Tu mujer con un hijo en la espalda y los otros cuatro a su alrededor
no alcanzó a rozar tu mano amorosa, ruda y sangrante
estoicamente esperó que la plaza quedara vacía
y a tus pies cayó para susurrarte:
mi Tiburcio Lucero, se acabó el dolor

Después de tu muerte para mí ya nada fue igual
hacia  dónde fueron las quimeras de mis primaveras,
mi niñez de bonanza
mis cantos de  alabanza
si la vida es esto
lo demás fue una extravagancia

Al transcurrir los días me sentí como Tiburcio en el centro de la plaza
condenada, censurada, señalada y sola
a los amigos de antes sólo les veía las espaldas
los demás a mi paso decían:
Allí está Dolores,
la mal nacida, la que cometió el sacrilegio
de defender a un indio
y luchar contra la  pena de muerte.

Tiburcio Lucero tu sangre derramada en la Plaza
apresuró mi paso en la vida
¡ay mamita perdóname…!
dicen que una madre lo perdona todo.
cuida a mi hijo y no me llores 
Frente al espejo peiné mi cabellera y mis sueños inconclusos, lentamente
Me tendí en la cama ligera y cerré mis ojos para siempre.

Me llamo Dolores Veintimilla
exigí  justicia para un hermano indio
y  mi grito rebelde fue repudiado
elegí  el camino de la muerte para reinventar la vida.
Esa es mi historia.
Ya no pertenezco al mundo de los vivos
pero retorno cada día con el viento,
 en todas las voces y rostros de mujeres
y  en todos los caminos  en donde germina la vida.

  



Comentarios

Entradas populares de este blog

Un pequeño y terco girasol - cuento

V